Miraflores
Paso advertido en la estatua del miedo
cuatro segundos de risas y grises
agrietados por la seca turbina del féretro.
Me veo plagando de moscas
este ocaso siniestro
y estúpido,
como quien busca en las lauchas
un pedazo de brusco alarido,
mordiendo las cienes del ruido,
helando las butacas,
sesgando en objetos de mármol
cada caricia pulida
por este entrañable ser
llamado venganza.
Ahora no se puede entrar por las ventanas
creyendo ser cometa:
sobran espacios demasiados
como para hacer de una sola vuelta
un cuento de hadas,
una mala rima mintiendo al verano,
las 20 cucharadas de ampollas
que has sabido despegar
vestida y desnuda
sobre el lento zigzagear de los recuerdos.
Cobro llamadas en espera,
aprieto el reloj como un duende
marchito y manipulo tu nombre,
ese engominado collar que cuelga de tu pecho,
tu ingeniosa suerte,
mi profundo mirar,
la puñalada del verso,
el abismo del quizás;
soy una piedra buscando refugio
en la cofradía del humo viviente,
soy una escarapela en la nada
un capricho de hojas
un cineaste del ser.
Soy la mano que llega después del olvido
y a tu exhilio
le pongo las llaves del sueño,
y muero atrapado en la sal
que deja tu cuerpo dormido
sobre un lecho privado de augurios,
algarabíos,
y alcohol.
Soy, a pesar de todo
un marino buscando montañas
capaces de hacer con mis silencios
un juego mítico y salvaje
donde aparquen sus almas.
Soy todas esas almas
(y algunas más)
buscando maravillas en las sierras,
sobre el secreto,
bajo soles de alcanfor
y borrones de licor.
A veces suelo gritarte a gritos
y sospecho que me han visto
vestir a tus noches
con trajes de lino.
Cada promesa es un viaje sin curvas al infinito.
Hoy me siento carroña,
y no me sale,
-aún-
la palabra dolor.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio