Versaciones
Es la ira,
la ira lo que entierra y envenena
esos vidrios cortados por el peso.
Es la ira la que rompe todos sus cuerpos,
la que incorpora sus miembros
en sacos de mármol y sudor.
Camina (a veces)
con lentos subordinados
y otras veces,
con un sueño de soles en los ojos,
y ella le derriba todos sus bosques...
con sólo voltear y respetar.
Lo come el suceso,
lo amortajan las ganas:
planea escribir las paredes
con tizas de hielo,
hacer grandes círculos
y borrones de asco sobre el costal.
Planea tomarla del cuello
y quitarle poco a poco
sus pobres intentos de beso.
Planea arrojarla al lugar más obscuro de su enfermedad
y ubicarla allí
en tiempo y espacio.
No quiere más silencio
ni quiere más sorpresa.
No busca reintegros
ni escuelas del decir:
el sólo quiere su vuelo,
su pasaje en versos al ciclo del "estará",
a la forma delicada y capciosa
de decir "ya no más...".
Mete rueda y malezas
y vuelve al mismo centro privado del amor.
De allí sólo sale en casos divinos,
y piensa en los días privados de ser.
Nada tiene sentido en ese furgón:
todo es promesa de fiestas
y alagarabías
de este cancerígeno dolor.
Chupa y chupa los frutos
de la bestia creada por el sudor.
No hay líneas en el frente
no hay presos en las celdas
no hay cura en la prisión.
Todo es burbuja en reviente
y sigue adormeciendo las uñas
otras manos en Lunes de misión.
"Sé es en la tierra,
se muere en el dolor..."
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