Crónica animal
Fueron dos las pupilas que en mí repararon
aquella tarde, lluviosa
(o casi...)
Vos cargabas suspiros de humo
y yo maldecía una semana próxima,
asesina,
sostenía impotencia moderada
y vos...
vos suponías un cólera abrupto.
Fuimos reconocidos
sin ser estudiados,
hasta entonces (al menos)
y plantaste una certeza delante de mis pies
que puse en duda de inmediato,
y me fuí vacilando, sonriendo,
recordando el pasado y tu mueca,
tu corpiño calado asomado a tu blusa,
(lerda sinfonía pasional)
ligeramente suelta y yo...
envuelto en tensión.
Todo se resignificó
y volando me fuí
recordando aquella pelusa
en tu pecho olvidada,
y sólo estaba dormida...
Abrupta, siempre:
entrabas y salías de mi corazón,
detenías el tiempo, mi conciencia,
mi atención.
Mi cuello seguía tus marcas,
tu perfume,
tu camino,
y yo era un cielo
con cuerpo animal,
unos labios partidos
pero fundados,
y la mañana cobraba sentido.
Así entré a rodearme en tus caderas
y a desatar cadenas heridas
que hacían ruido
en la balanza del pasado,
y olvidé mi brazo izquierdo
sin dejar de escribir,
sin perder la habilidad,
porque a vos te rodeaba el amor
y a ella...
a ella un paladar.
Comí ansioso, felíz
del plato prohibido
por siempre duplicado,
y no había retratos
capaces de salvarme,
capaces de sustraer
el vacío de gritos que allí retumbaban
porque eras (y sos)
el pasillo de tu ira
dónde no puede entrar el sol.
El cemento y el árbol
juntos y precisos
advirtieron un devenir
del que era conciente
y a la vez
explorador.
No podían tus labios
besar sin mordazas,
No podían tus ojos
mirar sin pestañas,
No podía tu cama
seguir muda y congelada.
Y un bloque de culpa
cayó sobre tu mano
"Y la culpa, mujer...
la culpa es un invento
muy poco generoso".
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