Lobo silbaba la mañana
Y un día volvió a surgir la magia, efímera, como todo lo que surge aledaño al misterio, cercano a la génesis de un nuevo horizonte.
Noches en desvelo, de grillos embriagados surcando las tintas, de árboles y ramas trepando hasta el cielo y lunas de ceniza y girasol. Lunas con brillo autónomo y versos abstractos.
Sonaba extraño el resplandor, indescifrable, pero supo creer en las mentiras menos mentirosas y arrimarse con cautela al hombro del amor, y también del dolor. Jodidas y sabrosas mezclas interlineadas; recetas más costosas y eficaces que dormir con las perillas de gas abiertas hasta que ya no quede ningún rastro de apatía...o soledad.
Sentía miedo y a la vez, seguridad. Confiaba en su instinto animal humano, en las tardes ganadas huyendo de la rutina y también, del pasado. Confiaba en el despertar, en soñar con los labios abiertos y la mente a 70 kilómetros más allá del cuerpo. Confiaba en aquellos viejos despertares junto a un cuerpo desnudo, aún dormido y brillando como regalo navideño en pupilas infantes.
Sonreía sin comprender dicha situación. Buscaba y buscaba explicaciones y, como en más de una vez, no la hubo para las cuestiones latentes. No la hubo porque interferían mentiras, y dudas rumiantes. No la hubo por ser la víctima fatal de un crimen cometido en secuencias: secuencias vistas desde un andén, inmóviles y caóticas.
Y la cordura le rodeó la mente como un bombín, como las estrellas muertas que caen sobre el césped y no vemos por ser irrisorios, por no violar juramentos que empiezan un Lunes y terminan un Viernes.
Supo hacer callar el grito de un niño y también, quebrar una ilusión vanamente construída. Tal vez de ella se haya llevado una de las peores y también de las mejores enseñanzas: "el amor no es una palabra: es un argumento sostenido a través del tiempo." Lo demás, son sortijas ofrendadas por el calesitero.
No era un sombrero de paja: era un liso y llano sombrero que encajaba en sus cienes, sin poros, sin arrugas, sin molestias. Se sentía cómodo erigiendo nuevamente una estrucutura, capaz de soportar el incendio intencionalmente provocado. Se veía bien apoyando sus pies en el asfalto, aunque algún temblor azotara sus rodillas, se veía bien defendiendo sus palabras y sobre todo, su corazón.
Lobo durmió tranquilo, por vez primera en sus largas pesadillas ociosas. Zumbaba con el timbre del recreo y odiaba ser un triste gomero, pero las voces le quemaban el pelo y ya no tenía más milagros guardados en el cajón. No los precisaba, ni los extrañaba. Allí se habían quedado, extintos en las muelas de un vagón perdido, y sin boletos de vuelta.
Lobo aulló en la mañana...
y un tango helado frunció su seño...
y la música mordió sus labios.
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