Crónica del abandonado
La peor parte le toca al abandonado: es quien se queda con el tiempo congelado en el último beso, en la última caricia y en el último abrazo. Es quien recorre mentalmente las calles y los lugares que alguna vez supieron compartir; quien se despierta en medio de la noche sobresaltado, a mirar el reloj, a esperarla que vuelva a la cama y como un cachetazo animal lo vuelve a poner en la vereda del presente, y a recordarle que las puertas no van a ser abiertas más que por sus propias manos.
El abandonado camina la ciudad, le aturden los ruidos de los micros, las bocinas de los autos. Viene de ninguna parte y va hacia ningún lugar. Sortea sonrisas entre situaciones absurdas, cotidianas, que no son más que parches de papel, sin futuro. Sonríe con la fuerza de un gigante y mira con ojos de niño triste el amor estallando entre dos bocas. Admira a las palomas, su vuelo, su alboroto automático al paso de un caminante. Arrastra sus pies, encuentra fortaleza en neumáticos sobre los adoquines, en un árbol llovido.
Patea, alza su cabeza, sus hombros: arma un ejército de voluntades, pero...llega la noche y la calma se vuelve ansiosa. La lucha es inútil, como resistir herido y sin ojos, solo con un fusil y una pluma para escribir en el viento, en el rostro del miedo.
Llega la noche y se arrodilla sobre el primer piso que pueda encontrar, mirando el techo le pide a Dios (al primero disponible) que la devuelva intacta, tal como se fue: sin rímel, sin anteojos...y viva. La quiere viva para llenar esa maldita mitad que sobra en su cama, a la cual le habla y acaricia cada Viernes, cada Sábado, cuando el ruido calla, cuando hay clima de invierno en las sábanas aguardando el calor de su cuerpo, su pedido urgente de cobijas y su PAZ llenando TODOS, absolutamente TODOS los conflictos que golpean su cabeza, su realidad. Esa paz que a él transmitía y que él devolvía, y su mundo era pequeño (o inmenso) y cuidaba de su flor como un principito.
Acariciaba su pelo, sus ojos, mientras ella dormía y el pensaba y sonreía "¡¡POR FÍN ASESINASTE A MI SOLEDAD!!".
Aquellos momentos son eternos y perfectos: quedan buceando en los mares de la memoria, como rayos de sol aguardando el retiro de la luna, como aquellas tantas tardes que inundaban de alegría, tejiendo poemas y fotografías, corriendo por los museos y viajando en tranvías.
El abandonado es quien mira el mundo con nostalgia, quien abre la caja de los recuerdos, le quita el polvo y sonríe o solloza rememorando un café compartido, un sin fín de caricias bajo un árbol, en un cine, en una avenida. Es quien cruza las diagonales cada día y la vida...¿la vida?...la vida le sobra por los costados. Es quien guarda silencio, quien espera el llamado, el "te amo", el "te extraño"...
Este sujeto perdido entre miles de botones microscópicos, es aquel que quedó con un mate sin cebar, con un viaje sin hacer, con un abrazo sin dar. Es aquel que quedó sentado en su cama, esperando que ella termine de arreglarse para acompañarla a la estación, y ella no sale y... (pausa que al autor le estrangula el pecho) nunca más va a volver a salir del tocador, para darle un beso y mostrarle la certeza de estar vivo.
Los autos siguen pasando, como los estrenos en el cine o las clases en las facultades, y el abandonado es ajeno a todo ello porque...porque sin saberlo, sin pensarlo, espera a que un milagro (como aquel que los unió) golpee la puerta de su alma y la devuelva con los ojos abiertos a las fechas, a los nombres, a las plazas, a las noches que fueron contexto de su amor. Pretende que una baldosa, o una fuerte brisa de soledad le vuelva el rostro hacia un milímetro cuadrado de aquel que le habla a su almohada, que presiona con fuerza las columnas de madera y mirada de odio comprendiendo el final y extrañando los vuelos a los que solía asistir, imaginando su cuerpo desnudo, de aquel que se corre en la cama para dejarle a ella más espacio, para bajarle un sueño a su pecho y dormir serena, en calma, entre luces tenues y su lento respirar.
Al abandonado le queda la ansiedad, 700 proyectos sin empezar (y otros sin terminar); boletos de tren, cartas de amor, un subsuelo marino de recuerdos y...las pupilas mojadas de la soledad.
Sí: al abandonado le queda el amor,
pero ningún buzón...
2 comentarios:
Simplemente hermoso!! La descripción más precisa, las palabras que por tanto tiempo se buscan y no se han podido expresar. Un texto que desborda todo el sentimiento de esa dura experiencia, de la vivencia única en la que cada pedazo está roto y que sólo el tiempo y la propia voluntad pueden ir pegando, juntando de cada rincón para tratar de ser uno completo, aprendiendo a vivir con los parches y retomar el valor para vivir comprendiendo lo que "VIVIR" encierra en toda la extensión de la palabra.
Felicidades por tanta sensibilidad.
Muchas Gracias Vanessa !
Me alegro que te haya gustado: lleva tiempo encontrar esas palabras, tanto o más que "re"vivir. Tal vez no sea algo mesurable...también.
Un saludo :)
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