La tinta del rímel (esa noche creí a este misterio ser desagradable)
Te ví recorriendo las hojas de un periódico vencido, amarillento, pareciendo querer encontrar otra forma más inteligente de restar el tiempo. Hasta ese momento creía que tu boina era el único misterio que escondían las hendijas de tu pelo y también, que jamás en la vida ibas a voltear la mirada hacia la pared buscando un ángel capaz de beberse tu café.
Yo no era precisamente un ángel, pero tenía alas para guardarte en mi sobretodo, detrás de mi máquina de escribir, y una especial y seductora forma de callarte la rutina con sólo abrir mi boca y cerrar mil lágrimas.
No recuerdo bien si fue tu pié o mis libros quienes quisieron armar semejante alboroto luego de que una tormenta espantara al hombre de rojo que entraba por la puerta. Nadie en el lugar advirtió tales acontecimientos, pero vos y yo entendimos que había una, al menos una forma de jugar a las damas sin fichas ni tablero.
Nunca supe tu nombre ni quise saberlo porque aún no había lanzado mi última bocanada de humo. Después de todo, ibas a ser sólo un pretexto para llenar renglones... y horas...y exilios de la realidad. Después de todo, jamás ibas a saber de mi enfermedad, de mis monopolios, de mi destreza para llamar la noche y mi llanto de niño asustado por el grito de los canillitas.
Me bastó sólo el cristal de tus ojos para entender que podía acompañarte y que no había persona en el mundo capaz de tejerte una manta para discutir las verdades, verdades que precisaban ser parte de tus manos y de tu tiempo subjetivo.
Hasta ese momento, sólo había podido hacerte sonreir señalándote a un hombre disfrazado de Santa Claus en pleno mes de Julio, y tu boca... tu boca pronunció sus primeras palabras: " si me sacás del pantano, te regalo tres ases de dudas", y como de dudas había pasado más de medio siglo llamándolas, tres no venían mal para abrir nuevas refutaciones.
Fue algo breve: lo que lleva beberse dos cafés y entrar en sueño, pero duró tanto que ya ni los taxis paraban subiendo prostitutas, y creeme si te digo que soñaba con hoteles: no para negociar temperaturas, sino para borrar del mundo cualquier rostro y sonido que no fuera el de nuestras pieles cansadas de viajar en subterráneos.
Recuerdo que te gustaba el sonido que hacen los pocillos sobre el metal tanto como las rosas amarillas. Así de mentirosa y contradictoria eras, y yo no lograba despertar de un sueño que venía acumulando poco más de un año, cuando afilando un verbo me corté una encía y dejé escapar el último resto de melancolía, que tanto me servía a la hora de escaparle a los falsos abrazos.
Me pediste un cigarrillo que nunca encendiste y me contaste cuándo había sido exactamente la última vez que habías visto la tarde morir junto a un gorrión, que odiabas las jaulas, los viveros y las bocinas y también, que nunca pero nunca debías esperar un tren sin ántes haber pensado en la idea de que el próximo tendría LA respuesta.
Pudiste ver al 133 detenerse y sentí mi vejiga a punto de explotar. No dijiste chau sino "hola" y corriste hacia la calle ciega como un vampiro para treparte al autobús.
No quise mirarte: caminé hacia el baño y me miré al espejo. En la puerta de madera pude leer algo irónico pero ineludiblemente dirigido hacia mí: "puede que hayas dejado escapar al amor de tu vida por buscar las palabras justas para decir "quedate"" y juro que no era ese mi caso (aunque lo haya pensado), porque en vez de decirle "quedate" le hubiese dicho "nunca me olvides".
2 comentarios:
Me encantó, solo eso.
Gracias Carmen :) Me alegro que te haya gustado.
Un saludo !
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio