viernes, 12 de septiembre de 2008

Caminando por ahí (little homenaje a "Walking Around" de Pablo Neruda)

Del techo brota veneno, escenas fílmicas de hombres baleados, distancias eternas y ajenas. Me cansé de la formalidad, la métrica y el puño arremangado antes de escribir: escribo como dicen los renglones y a veces ni siquiera los respeto; contentos están, si los vieras, llenitos de rabia en este momento, pero de vez en cuando les regalo algún que otro sueño de invierno frente a la chimenea.
Las paredes completan la serie de inyecciones paranoicas: ni la luz dejo entrar porque con ella vienen los contra-argumentos, y eso no me conviene, o sí, pero hoy no soy precisamente el gendarme que lustra sus botas y desenfunda su pecho erguido: hoy soy el truco develado, la letra ilegible, el párpado acelerado. Hoy soy el sospechoso que ingresa al mercado.

Cada molécula de ruido es una gota en mi copa de tolerancia: un clavo, un martillo, tres niños, tres gritos, dos insultos y un camión que derriba las vajillas; un tipo con casco amarillo destrozando el asfalto: le vibran los ojos y sigue atornillando su odio. Un tren llevando vidas cansadas, una música homogénea a todo volumen y se desata la tormenta.

Disparo contra cada uno de los victimarios, intento sellar mis oídos y una voz me toca el hombro: "es inútil"-me dice. "No te ven ni te escuchan: para ellos estás muerto, le sos insignificante. Su meta es seguir con el gran libreto".
Descanso los hombros, guardo mi rifle y nuevamente me clavo en la espuma concreta.

Dos pares de obreros se suman al ultraje del asfalto y me secuestro en el baño. Me miro al espejo y lo odio. No, ni al espejo ni al que veo sino al que se oculta detrás de las apariencias.
Me laten las sienes, me muerdo las encías y el pelo fue parido por el mismísimo Poseidón. Soy un demonio a punto de cometer un crímen escalofriante, a punto de quitar nombres, a tal sólo un paso de prohibir lo simbólico, en mí y en otros pacientes del miedo.

Cuento las vueltas que dí y creo que fueron cuatro, sin sumar las mentales. Apago la luz, golpeo las puerta del baño y bajo las escaleras. Busco la paz, no la encuentro y vuelvo a girar sobre mi eje. Odio a los pájaros, las bocinas y las sillas de rueda sin aceite. Subo la escalera y voy respirando mis frases exitosas: tampoco, están todas vencidas; las tacho una por una y se las entrego a un adolescente. No me agradece: las mira de reojo y sigue caminando.

Serrano cita a Neruda y dice "no quiero para mí tantas desgracias". Asiento con la cabeza, miro al piso con mis brazos en forma de jarrón y digo "ya somos tres". Sonrío y el brillo de mi compañía me dura unos pocos cuatro minutos. "Demasiado es estos días" -pienso- y otra vez caigo en la crítica social y le busco el orígen a la histeria urbana.

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